domingo, 25 de septiembre de 2011

El Arquitecto ese humanista por Jose Angel Aguilera

ISLAS, 42(125):90-96; julio-septiembre, 2000
La arquitectura es una actividad de alta complejidad, dados sus componentes
científico-técnicos y su alta implicación estética: no solo ordenar
espacios con la lógica de la funcionalidad y dotarlos de resistencia estructural; entraña una aptitud para lo emocional. Así, en la enseñanza de la arquitectura lo conceptual es esencial, como elemento vertebrador de lo tecnológico, lo funcional, lo económico. Esto implica una cuidadosa hilvanación de las disciplinas alrededor de la enseñanza de los proyectos de arquitectura, como principal e integradora, y la potenciación de la disciplina de Teoría e Historia de la Arquitectura y el Urbanismo (THAU) como catalizador imprescindible de este proceso.
La enseñanza de la THAU es, pues, en particular, harto compleja por su
filiación humanista y porque la visualidad como elemento que vincula con la
praxis es el eje del análisis, a la par que de los juicios de valor, la síntesis crítica; no solo conforma una disciplina de trabajo en donde la retroalimentación es clave, sino que se conforma un sistema de valores esenciales para el arquitecto.
Para una gran mayoría, el concepto de arquitectura se refiere a una
actividad «artístico-técnica» en donde «lo estético» es un añadido a lo indispensable.
Son los arquitectos, precisamente, al autoanalizar su actividad los
que, en escritos y en su práctica, han difundido este concepto de la arquitectura como el «arte de construir». Este aserto despierta, hasta hoy, una controversia muy generalizada, en la que, como el clásico cuento de los conejos que clasificando a los perros que los perseguían en «galgos o podencos» dieron tiempo a los perseguidores a ultimarlos, así, al teorizar en exceso sobre este particular se evade a conciencia, o sin ella, lo medular. Lo que queda bien claro, al margen de toda duda o especulación soslayante, es el carácter humanista de la actividad
del arquitecto. Al hacer alusión a la denominación «humanista» no se busca un término eufemístico, o sencillamente aceptado en forma universal, para procurar un acomodo ideológico a cualquier latitud o contextos. Todo lo contrario, al referir lo humanístico como núcleo duro de la arquitectura se centra su carácter clasista, su filiación con los problemas del hombre, no como entidad abstracta o sujeto de diseño sensible a estandarizaciones, sino como individuo concreto con una realidad histórica y un contexto físico, o sea, con una circunstancia específica, cúmulo de necesidades y generador de contenedores espaciales para esas urgencias.
El término humanismo ha sido manipulado con frecuencia. En el ámbito
de la arquitectura hay tres acercamientos previos a la dimensión humana de la acción del arquitecto, antes de que en este siglo, con la materialización del ideal socialista, la sociedad se planteara un humanismo que, en términos llanos, se ocupara de «el hombre», y no de embellecer el ámbito de los hombres que tradicionalmente han generado ideas estéticas y explotación para los demás hombres. Estos acercamientos al humanismo comienzan en la antigüedad, cuando la cultura griega, en su compleja estructura social –que tomó como centro al ciudadano griego libre, capaz de ejercer sus derechos cívicos de expresarse y disfrutar a expensas de un gran ecúmene, anónimo y desplazado de las prerrogativas
de la democracia esclavista–, creó un arte, una arquitectura y un urbanismo
que fue tomado como modelo por el Renacimiento italiano, al despertar de la
«noche oscura del medioevo» en un segundo acercamiento, cuando la burgues
ía que emerge se hace del poder económico al margen de la aristocracia feudal, aún entronizada en sus prebendas.
Durante el período renacentista, la emergente clase burguesa desplaza
la atención de la sociedad, del poder exclusivamente aristocrático o el enfoque «divino» hacia temas mundanos. Su necesidad temprana de suplir su falta de «abolengo», con una manifestación de estatus, creó un universo simbólico nuevo, y elevó al artista del anonimato cuasi artesanal, de los oscuros talleres o canterías del medioevo, a la cámara en donde los mecenas exigían retratos, joyas, palacetes o vestimentas dignas de su recién habida fortuna, a cambio de una protección en su labor creadora. Este mecenazgo potenció las artes en el período y preparó las bases para la definición elitista del arquitecto artista. Los adelantos en la geometría, matemáticas y en el dibujo –sobre todo en la perspectiva
lineal– hicieron posible que el arquitecto «proyectase» a nivel de gabinete
y crease convincentes modelos bidimensionales de los espacios concebidos,
con iconicidad tal que permitiese la movilización de los recursos económicos que debía aportar el comitente. Esta división del trabajo que establece una dicotomía entre lo teórico y lo práctico, es un hito en la especialización del oficio; los tratados de arquitectura, en referencia constante a la obra de Vitruvio1 describen funciones, capacidad
estructural y la buena ordenación del gusto, todo a partir del punto de vista de
El Hombre como medida de todo. Baste, para entender esa época, analizar la
1 Marco Vitruvio Polion: romano del siglo I d.n.e. Definió para la arquitectura los aspectos esenciales de la cualidad estructural, la funcionalidad y la belleza, llamándolas firmitas, utilitas
y venustas, respectivamente. apasionante vida de Benvenuto Cellini2 cuyas memorias reflejan la intensidad y polimorfismo de su personalidad artística y su controvertida (humana) naturaleza.
Es manido citar a Leonardo da Vinci o a Miguel Ángel Buonarrotti para
caracterizar la época, descrita por algunos biógrafos como Vasari3 como «de
Titanes». El carácter ciclópeo de la dimensión de esta cultura se explica por su respaldo económico, su estructuración ideológica y su vertebración alrededor de algo más asible que una motivación autocrática o divina. El Hombre como medida de todas las cosas inspiró a Petrarca o a Bocaccio, y llevó a Dante a «diseñar» su infierno con esa configuración concéntrica que tanto recuerda la propuesta de ciudades ideales durante el Renacimiento o las propuestas cosmogónicas desde Ptolomeo hasta Copérnico. La pasión geométrica era casi fetichista, y las imágenes bizantinas de un Cristo Pantocrator con el compás y la escuadra como instrumentos de la creación (símbolos de la masonería) se revitalizan.
El absolutismo de los siglos subsiguientes, que tienen su cúspide en el
XVIII, y al mismo tiempo su ocaso, sumerge al arte y en particular a la arquitectura y el urbanismo, en el juego escenográfico de la actividad papal o real, y el tema burgués o la escala humana se subordinan a la temática laudatoria del poder centralizado, con sus inalienables recursos de escala magnificada, hitos urbanos y terminaciones regias que iban desde el enchape de travertino hasta los estucados dorados y espejos que multiplicaban las miríadas de candilejas de las arañas que coronaban los salones de fastuosidad en donde lo humano se reduce a simple resorte, a partícula ante la subordinación del «concerto grosso» del ambiente en función del autócrata.
El «siglo de las luces», la Ilustración, el movimiento enciclopedista, la
pirueta contextual que da la burguesía que asalta y retiene el poder político, trae
aires neoclásicos: los burgueses se adueñan no del modelo de la «antigüedad
clásica», sino de su imagen, que ponen bajo el lente de aumento de la escala
urbana exaltada y la necesidad de contraponer su espíritu de clase, renovadora
y uniformante, con el boato de la aristocracia. Así florecen y se multiplican los
edificios de imagen grecorromana y función capitalista, así se nos crea un paradigma
de palacios de Congresos, iglesias cupuladas, teatros y mansiones con
frontones y escalinatas. De nuevo El Hombre es lejano referente tras los barrotes
de los estilos y la igualdad, libertad y fraternidad se convierten en vacía
palabrería con el humanismo burgués, que no habría de inventar la demagogia,
pero la llevaría a su cumbre.
La revolución industrial genera cambios estructurales en lo económico,
con implicaciones en el nivel de vida, en el crecimiento urbano, la explosión
demográfica, y la necesidad de dotar a la civilización de nuevas infraestructuras
2 Benvenuto Cellini: importante artista del Renacimiento italiano, escultor y orfebre, de
convulsa y apasionada vida, según refiere él mismo en sus memorias.
3 Giorgio Vasari: artista italiano célebre por sus biografías de artistas del Renacimiento
italiano.
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en lo vial, lo energético, el hábitat y las nuevas funciones típicas de la evolución
capitalista hacia su fase industrial.
Los nuevos materiales, hierro y vidrio, resuelven el problema de las
fábricas, hangares, puentes o almacenes, y por su cualidad de ligereza y transparencia,
su posibilidad de montaje-desmontaje y factibilidad de producción
industrial, empiezan a competir, en algunos temas, con los materiales «tradicionales
»: piedra, madera, ladrillo… La problemática no es tan simple; este nuevo
«arte de construir» es asumido por ingenieros, en tanto que la «arquitectura
bella» es desarrollada por los arquitectos.
El conflicto de la escisión arte-técnica que ha matizado la era moderna,
reedita el asunto de la formación humanista del arquitecto. La separación de la
ingeniería militar y la ingeniería civil se produce a partir del uso del hormigón
como material constructivo y el auge de las obras edilicias e infraestructurales
que requieren la ciudad del siglo XIX. El ingeniero constructor (civil) es toda una
institución en el siglo XX, y este nuevo «oficio» acomete la erección de múltiples
obras en la etapa ecléctica, cuando la arquitectura muchas veces se hacía «contra
catálogo» de elementos y con un mínimo de reglas estéticas y de ordenanzas
que se ocupaban del «decoro».
La enseñanza científica de la arquitectura proviene de los preceptos del
Vchutemas y del Bauhaus4 con una didáctica que hacía converger la función
práctica con la teoría y en un acercamiento intelectual del futuro arquitecto al
obrero, al artesano, al constructor. Amar al Hombre, conocer a fondo el material
y la técnica, y hacerlo conciliar todo en una pedagogía iniciática a la «Arquitectura
Integral» que preconizaba Gropius,5 son un buen homenaje a la escuela de
Sullivan6 y a su connotada vocación funcionalista, pero ya sin el lastre de lo
decorativo.
Dos guerras mundiales, una euforia de lo standard, una alta tecnología
galopante, y un brutalismo elitista colmaron la copa de la filiación estética del
movimiento moderno.
El llamado posmodernismo va más lejos de una recontextualización
clásica o posclásica, de una alteración de la sintaxis del movimiento moderno.
Esta contemporaneidad finisecular anuncia la crisis del sistema a través del
síntoma febril de la «arquitectura grado cero», «el fin de la Historia», y la
exaltación discursiva formalista, la llamada «arquitectura de papel» que se dibuja
y no se construye, la profusión de manifiestos, efímeros ismos y una larga
«guerra de etiquetas» de la que solo han salido incólumes los sinceros, los que
diseñan en la conjunción de lo funcional y económico, en la selección de estruc-
4 Vchutemas y Bauhaus: importantes escuelas de diseño en Rusia y Alemania, respectivamente,
fundadas ambas en la década del 10 del siglo XX, de gran influencia en la arquitectura
y en la forma de enseñarla.
5 Walter Gropius: arquitecto y pedagogo alemán, fundador del Bauhaus. Autor del libro
Alcances de la arquitectura integral.
6 Louis Sullivan: arquitecto norteamericano, miembro notable de la llamada Escuela de
Chicago, a fines del siglo XIX en EE.UU.
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turas y materiales acordes con conceptos flexibles, sin compromisos canónicos
con estéticas trasnochadas o procedentes de las Bienales. El star system del
capitalismo invadió la arquitectura y, como antes, llenó de «Óscares» el cine, de
«Pulitzers» la literatura y de «Pritzers» el arte-oficio de edificar. Todo ello comprometi
ó la forma de enseñar arquitectura en el mundo: ¿formar arquitectos
como serviles epígonos de los Maestros? ¿Negar apasionadamente toda filiaci
ón escolástica? ¿Seguir una escuela funcionalista, con vocación tecnológica,
convencional? ¿Buscar la «otra arquitectura»? ¿Generar una identidad reactiva?
¿Buscar una sincera identidad nacional? ¿Seguir el espíritu de la época o atrincherarse
en el espíritu de lugar? Son alternativas, potencialidades, algunas de
ellas mutuamente excluyentes.
Cuba ha demostrado una vocación de «terquedad» en esto de hacer
justicia social. La Revolución ha permitido una sostenible aproximación a los
problemas fundamentales del hombre, con una explícita voluntad de que la dignidad
plena de ese hombre sea la primera ley social. Así, el humanismo en los
planes de estudio que forman al arquitecto en las universidades del país, el
incremento y reorganización curricular de la disciplina teórica, sobre todo la
explícita confluencia de lo humanístico y la actualización del pensamiento algor
ítmico de la arquitectura de hoy son muestras de esta voluntad.
Este humanismo no se dispensa con la simple enseñanza de materias
formativas de una cultura general, o la atención a la evolución diacrónica y
factual de la arquitectura y el arte; se va más lejos, porque en vez de reproducir
el esquema iconográfico y laudatorio de los textos tradicionales de Historia de la
Arquitectura, en donde se exalta la individualidad, y se «genializan» personalidades
al ser contrastadas dramáticamente con su época, se adopta una proyecci
ón analítica, desarticulando modos de pensar, desentrañando la especificidad
de las circunstancias con el mismo donaire con que se explicitan los valores del
significado.
Porque el camino para la comprensión de los procesos de significación
es un atajo en el largo proceso del sistema de valores a inculcar en los educandos.
Analizar valores, formar valores, parangonar valores: he ahí el eje conceptual del
enfoque humanista. Al enunciar valores y describir la crisis ambiental contempor
ánea, allanamos el camino para la toma de actitudes conscientes, dejando
poco espacio al cinismo, que parece acampar cómodamente en la «arquitectura
para arquitectos».
El plan de estudios C modificado, en aplicación desde el curso 1998 -
1999, prescribe un ciclo que va desde una formación general teórica y engendrar
el amor por la profesión y la actitud participativa del arquitecto en los problemas
de la sociedad, hasta la construcción de una conciencia crítica. El arquitecto y
su obra a través de los tiempos no es solo un viaje de carácter lúdicro, un goce
estético o un trasfondo culterano que delimite al arquitecto del «simple constructor
». Eso sería un barniz elitista. El estudio diacrónico es una disección de
la posición humanista del arquitecto y una demostración de que lo mejor de cada
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época orbitó alrededor del hombre, sencillo o encumbrado, pero que de él proviene
no solo el sistema de necesidades, sino la relatividad de la valoración de
todo. Conocer al hombre: conocer es amar. Por ello el arquitecto «sociólogo» es
una línea de deseo del plan de estudio para Arquitectura. Pero no el sociólogo
envuelto en farragosas estadísticas, en donde los «pobres», «subempleados» o
«iletrados» son datos porcentuales. No se trata aquí de implementar el lastre de
la sociología burguesa, tantas veces desprestigiada por su complicidad con los
manejos de la especulación urbana o inmobiliaria. En todo caso, el arquitectohumanista
es un sociólogo de compromiso, un profesional comprometido con
los que hacen posible que él haya estudiado o estudie Arquitectura, a despecho
de la humildad de su origen social. El humanismo que se pretende, debe ser una
reinterpretación de todas las precedentes versiones del humanismo, en el sentido
de que la escala de valores del mundo ha cambiado. La globalización de la
economía es un hecho y una tragedia en un planeta inicuo, y está sostenida en
la invasión cultural, en la pretensión de uniformar todos los modelos de cultura,
disolución de las identidades, reinterpretación de los conceptos asentados en el
acervo del hombre, como el de «patria», como el de «nacionalidad».
A partir de las compras por catálogo vía internet se registra un «perfil
del consumidor» que es más rentable y viable que un perfil psicológico (y acaso
sean lo mismo), y con ese perfil se diseñan políticas comerciales, se formula el
styling del diseño industrial, y se publica en las portadas de las «revistas de
punta» la arquitectura de los nuevos paradigmas. El mundo se preocupa por la
galopante destrucción de la biodiversidad en tanto acontece el sistemático agotamiento
de la sociodiversidad.
La arquitectura de hoy no es solo la imagen de la transvanguardia de
turno que deslumbra a estudiantes, recién graduados y algún que otro consagrado.
Es también la infinidad de posibilidades de modelaje en la computación
aplicada al diseño. Pero ni la creatividad, ni el bagaje cultural, ni el sentido
común, y mucho menos el humanismo se pueden instalar como programas. La
computación es un instrumento eficiente si se apoya en una plataforma cultural
adecuada. Su uso sin compensación produce una euforia de aprendiz de brujo
que se puede reconocer en los profesionales bisoños que emprenden este camino
con la pretendida paliación de la teoría. De hecho, el acuñado término de la
cultura ciberpunk y de la ciber-compulsión7 han abordado la esfera del diseño
de la arquitectura; y las llamadas «enciclopedias virtuales» conformadas para el
accesible ambiente window en multimedia, que debían ser un complemento o
una motivación para la aproximación plena a la problemática de la cultura artística,
son tomadas como un fin último en algunos casos. Afortunadamente, el libro
(el normal, de folios, tapas y lomo) aún está muy lejos de ser obsoleto, aunque
ya en los albores del siglo XXI sea evidente su desventaja frente a tan vistosos
«competidores». La vigencia del libro se apoya en ese humanista que es el
7 Raúl Aguiar lo define en su libro Realidad virtual y cultura ciberpunk, Casa Editora Abril,
La Habana, 1994.
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profesor de teoría, ese inductor de hábitos, formador de valores que forjen una
pasión por la exploración entre líneas, más que alumnos que subrayen textos.
El uso activo de la bibliografía y materiales complementarios asentados
en los sistemas de evaluación, en acciones que hagan mesurable este uso,
es una forma de propender al humanismo que se pretende. La estructuración
metodológica de la disciplina Teoría e Historia de la Arquitectura y el Urbanismo
debe ramificarse profundamente en los colectivos interdisciplinarios, para que
la enseñanza de la arquitectura se perciba como un todo, en su horizontalidad a
nivel de año y en la secuencia fluida de un año a otro.
«Criticar es ejercer el criterio», apuntaba José Martí; de eso se trata:
formar criterios a partir de un hábito metodológico con prisma humano; «criticar
es recoger la fragancia histórica de los fenómenos» afirma Tafuri.8 La crítica a
potenciar en los estudiantes de arquitectura debe ser la crítica viril a los desafíos
de la «posmodernización», sobre todo en América Latina, en donde la identidad
continental es como la plata en las raíces de Los Andes. Conviene reflexionar
que el humanismo del latinoamericano debe comenzar por el autorreconocimiento
del «pequeño género humano» que es el hombre en Nuestra América, según
definiese Simón Bolívar. La identidad es el camino. El humanismo es la bandera.
La nueva arquitectura para una nueva sociedad es un imperativo del hombre
nuevo. Ese humanista es la meta.
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